martes, 1 de junio de 2010

En un lugar de la sierra


Finales de Mayo y el calor comienza a apretar. Tantas ganas tenía de visitar la Serranía de Ronda que, un paseo por sus tierras ya no se podía aplazar más. Lugar de destino, Genalguacil. No conocía esta localidad, pero sí había leído mucho sobre ella y sobre el Festival Internacional de Arte que, cada dos años se celebra allí. Una vez que finaliza, las obras permanecen en el pueblo y éste se convierte en un museo permanente de arte al aire libre y abierto a todos. Me enamoré de Genalguacil viendo sus fotos.
Así que no lo pensé más y me fui para allá. Tardé más tiempo de lo previsto en llegar. Desde mi pueblo, el GPS indicaba que tardaría una hora y media, que debido a los imprevistos, se convirtieron en dos y cuarto. Imprevisto 1: carretera hacia Jimena de la Frontera, ¡CORTADA!. Al ver eso y después de casi 30 kilómetros de curvas en permanente subida, decidí que me daba igual que estuviese cortada, no sin antes, preguntarle al señor de la Venta del Puerto Galis, si sabía cuál era la situación de la carretera. "Ná, tor mundo paza, no paza ná". Me pareció de confianza y allí que me metí. Efectivamente, todo el mundo pasa, porque había más tráfico que en la M-30. Imprevisto 2: tres vacas y dos becerros en medio de la carretera, todos cruzan, excepto una, que decide lamerse una pata, parada delante de mi coche. Me mira desafiante, le pido excusas y finalmente me deja paso. Imprevisto 3: la misma situación anterior, pero esta vez, son dos las vacas que se paran. Ya no hay más imprevistos, sólo las peculiaridades del trayecto. Conté 20 señales de advertencia de peligro por curvas durante dos kilómetros y pensé que vaya despilfarro, se hubiese ahorrado 19, poniendo una sola señal de "¡peligro, 40 kilómetros de curvas!".
Al llegar a un cruce, vi un enorme panel con el logo de la Junta de Andalucía, que informaba de que la carretera era un circuito de ciclistas, si no es porque estaba ese cartel y porque vi a algún ciclista circulando, nada me hubiese hecho pensar que por allí pasara una bicicleta. Descubrí entonces, que el ciclismo es un deporte extremo, muy extremo.
En el último tramo, de Algatocín a Genalguacil, la naturaleza ofrecía un homenaje a la patria. Amapolas rojas y margaritas amarillas dibujaban banderas de España a cada lado de la carretera. Y, ¡al fin en el destino!
Hacía tiempo que no veía un lugar tan limpio, hacía tiempo que no veía a niños jugando despreocupadamente por las calles, hacía tiempo que no respiraba un aire tan puro ni escuchaba el sonido de los pájaros y las ramas de los árboles moviéndose. Eso no es ruido, es música.
Lo que me enamoró al ver las fotos, se materializó. La armonía y perfecta integración de las obras de arte con la arquitectura del pueblo, con las flores perfectamente cuidadas que decoran cada rincón, con los niños felices corriendo alrededor, con la gente del pueblo que saluda y sonríe al pasar, con el aroma y con el sonido propio de un lugar en armonía.
Y es que, la esencia de un viaje, es la experiencia que queda tras hacerlo. Ésta, ha sido muy grata y me ha confirmado que no hace falta gastar miles de euros, ni viajar durante días, ni hacer escalas ni transbordos, ni ponerme 4 vacunas para disfrutar de un lugar idílico a unas pocas horas de casa.
Genalguacil, te llevo conmigo.

3 comentarios:

  1. Me ha encantado tu redacción, te explicas de maravillas. Precioso reportaje, si señor. Enhorabuena.

    Rafa Flores

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  2. Que bonito. ¿Para cuando la próxima entrega? Me apunto al RSS para estar al día.

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